‘Lovetown’ de Michal Witkowski

No todos los polacos recibieron al Ejército Rojo con recelo. Y suena como una frivolidad, pero es que se trata precisamente de eso. Los soldados solían estar encerrados en sus cuarteles. No podían salir. No veían el exterior. Estaban allí y punto. Soñaban con la República Democrática Alemana, el paraíso, pero estaban en Polonia. Aburridos, con veinte años apenas. Muertos de asco. Habían cambiado el cielo estrellado de su pueblo perdido dios sabe en qué región de la Unión Soviética por el techo de un barracón. Se les pudría el alma, pero quién lo iba a decir, había polacos dispuestos a ayudarles.

Patrycja y Lukrecja, entrevistados por Michal Witkowski para Lovetown, una especie de reportaje con buena parte autobiográfica, se las arreglaban para saltar las vallas del cuartel y quedar con los soldados en el almacén de carbón, arrodillarse, poner los labios hacia dentro para proteger los dientes y hacerles felaciones a todos hasta que literalmente les sangrase la boca. Igual algún ruso dudaba. Lamentándose, se quejaba que lo suyo eran las vaginas. Sin problema ninguno, de forma muy didáctica, Patrycja le enseñaba el culo y le explicaba que esa era su vagina, como la de cualquier mujer. Así de sencillo.

Aunque surgían amores temporales; aunque algunos soldados les decían que esos dos polacos eran tristemente el gran romance de su vida, que siempre pensarían en ellos cuando volviesen a su recóndita aldea, todo era por diversión. Fiesta y nada más que fiesta. Y aunque en la senectud estas dos maris llorasen en las sobremesas “dónde estará mi Vania… dónde estará mi Sasha…” Diversión. Porque ante todo Patrycja y Lukrecja no eran gais: eran maricones.

Con esa dureza lo expresa el autor. Al menos un tercio de las páginas de Lovetown están dedicadas a despreciar a los homosexuales de gimnasio, de relaciones en pareja, con conciencia social, motivaciones políticas, asquerosos deportistas, ¡que quieren tener hijos!, hombres que ni siquiera están afeminados, hacen todos lo mismo, hablan todos de las mismas cosas, en definitiva, clones, o “mariclones”, según la canción de nuestro Fabio McNamara. Witkowski se desespera por la pluma en extinción y asegura a los lectores que él teclea enseñando el hombro, apretando los pechos a cada frase. Porque no es gay, es maricón. Lo dice él.

Pero no se trata de una novela exclusivamente de corte sexual, o queer. Los tiempos del comunismo son bendecidos, desde la nostalgia mayoritariamente (como con ese argumento que pueden esgrimir nuestros padres sobre el franquismo, de que estaba muy bien porque entre otras cosas tenían veinte años), también por la tranquilidad y sencillez de la vida, aunque fuese dura y en ocasiones mísera, no era sofocante, insolidaria, egoísta y exenta de imaginación como lo que ha supuesto, según Witkowski, la llegada de la libertad y el consumismo tras el celebrado 89.

El retrato de las ciudades polacas coincide con el que uno puede picotear en otras obras sobre Belgrado, por ejemplo, pero también con el Nueva York de los setenta que Luc Sante ha descrito magistralmente en ‘Mata a tus ídolos’ (Libros del KO, 2011). Ciudades donde todo el mundo vivía de algo, malamente, que no se sabía muy bien qué era, pero que por ahí estaban, tomándose algo en los parques, incluso en las terrazas, rodeados de ruinas.

Un capítulo dedicado a un joven eslovaco es uno de los mayores alegatos de inspiración marxista que se puede uno encontrar últimamente. El chico huye de Bratislava en dirección a Viena. Está convencido de que tendrá novios millonarios, le llevaran en Mercedes a todas partes y desayunará champagne. Luego la realidad es mucho más prosaica, pero tan divertida al mismo tiempo, que el lector se sentirá culpable de reírse de la suerte de la pobre Dianka. Porque la opulencia inalcanzable de Viena, el frío inmisericorde y los rudos austriacos con mullet y bigote son descritos con el mismo asco con el que debieron ver los romanos a los bárbaros en el primer contacto.

Y del sindicato Solidaridad tampoco quieren saber nada. Si ya a las mujeres las tenían para que solamente les llevasen los bocadillos, que pintaban ellos allí…

Por otro lado, una idea curiosa que también aparece en la obra es que los protagonistas lo que buscan son relaciones con heterosexuales, no entre ellos. Desde el obrero que aprovecha que se echa una siesta su mujer para bajar al parque a que se la chupen en un cuarto de hora rápido, al estudiante borracho y desorientado a las dos de la mañana que decide sentarse un rato en el mismo parque y le terminan engatusando.

A estos heterosexuales les llaman “luy”. Y los diferencian claramente, por ejemplo, de los alemanes que, después de una felación entre unos matorrales, guardan las colillas en el paquete de tabaco. El luy auténtico, que es el oriental, rompe las botellas en las zonas verdes cuando se las baja de un trago. Este es el tipo de hombre por el que beben los vientos. Y cuando salen a por él, cuando se acercan al parque, les da un subidón de adrenalina, lo viven como una cacería.

En resumen, bajo el principio de Newton, de que a toda acción le corresponde una igual y contraria, Witkowski arremete a palazos contra ideas plenamente establecidas, como es un infausto recuerdo de la vida en los países comunistas y, graciosamente, contra la emancipación gay, sobre todo la que ha venido de la mano de una floreciente industria, medios de comunicación, targets publicitarios ¡hasta un tipo de turismo!

Todo ello con frescura, lenguaje procaz y directo, mala baba y saltos disparatados que pueden ir de las ladillas a los atracos pasando por los adorables Modern Talking. Con capítulos de pocas páginas de títulos tan sugerentes y atractivos como “Rubito como quien no quiere la cosa”, “Un cuerpo en bicicleta o la Labio Leporino”, “El especialista en Lorca” o “La limpiadora de los servicios del pueblo de Olesnika”.

‘Lovetown’ ha sido traducida a dieciséis idiomas. Es la primera obra de cierto relieve que trata el tema de la homosexualidad en la muy católica y eternamente preñada Polonia. Y ante esto, sólo queda decir: queremos más.

“¿Y después? Después llegaron los años ochenta y la policía puso en marcha la operación Jacinto, o en realidad se la copiaron de la Stasi alemana y de la Securitate rumana.

Y las maris empezaron a delatarse mutuamente como descosidas ante los de antivicio, aunque las maltrataban terriblemente en las comisarías. Esa necesidad de contar sus historias, inventárselas, normalmente la satisfacían en el cotilleo, pero aquí encontraron un público más atento. Cada día fichaban más y más maris, Bronka la Secreta rebosaba de información. Y acabaron hundiendo a Radwanicka.

Porque cuando empezaron a inventarse cosas, añadir detalles picantes a su biografía, los maderos se echaron las manos a la cabeza del prenda que tenían entre manos. Y así fue como Radwanicka, siempre la primera a la hora de chismorrear, fue víctima de su propio veneno”.


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  1. Comentario de Otto von Bismarck (16/02/2012 11:29):

    Me hizo sentir un poco incómodo la aparente familiaridad con que relató el sexo homosexual en el artículo sobre la feraz relación entre Guardiola y Mourinho. Me quedo más tranquilo al conocer sus fuentes. O no.

    Por cierto, si hacemos una regresión con los dos últimos artículos (contando este) y tratamos de extrapolar sobre que tema tratará el siguiente siguiendo la tendencia, yo apostaría por Leire Pajín.

  2. Comentario de Álvaro (16/02/2012 11:38):

    Pues va a ser Gorbachov.

    Toma tomate.

  3. Comentario de josé luis (16/02/2012 13:10):

    ¿Nos estás queriendo decir algo?

  4. Comentario de qaz (16/02/2012 13:53):

    Supongo que leer algo así será para ponerlo en tu curriculum laboral, lo mismo que probar a salir un par meses con una católica practicante. Para trabajo, pasar de la segunda página del uno o bajarle las bragas a la otra.

  5. Comentario de keenan (16/02/2012 22:08):

    Ufff. Que quereis que os diga. Es refrescante ese punto de rebeldía y de incorrección politica, pero la historia que cuenta Witkowski se mete en un fango que a mi no me resulta agradable. Acierta muy bien Alvaro a comparar los ambientes sordidos de Lovetown con los de los arrabales de Nueva York en los 70. Hay innumerables peliculas americanas de esa epoca, en la que se aprecia ese mismo mundo sordido, de promiscuidad sexual, decadencia,violencia y desarraigo. La pornografia, la entrada de drogas y armas en los ghettos, la injusticia social… todo eso fue el caldo de cultivo de un país subterraneo, una version B de los USA que ha seguido creciendo y contaminando a la clase media, e incluso nos la han exportado al resto de occidente.

  6. Comentario de (InVino)Veritas (17/02/2012 19:39):

    El duet comunismo setentero – mariconismo punk ya apuntaba muchas posibilidades en Hedwig and the Angry Inch (aunque al final no deja de ser un musical de Broadway). Me apunto la sugerencia y , de paso, reivindico a Eloy de la Iglesia y “El Pico” como ejemplo de cultura MT (maricones de la transicion).

    Por otra parte, me hacen mucha gracia los silencios y las risas nerviosas que se adivinan en los comentarios del post.Si hacemos caso a “A Million Wicked Thoughts”(una estupenda version actualizada del Informe Kinsey) la razon de este nerviosisimo esta en la foto de la portada. Y es que una de las busquedas mas habituales de los varones heterosexuales en el terreno del porno es, por lo visto, los travestis con penes muy grandes.

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